MEMOIRS OF A BASTARD ANGEL DE HAROLD NORSE (1916-2009)
Harold Norse nació y creció en Brooklyn descubriendo las
múltiples capas de una identidad incómoda: hijo bastardo de una inmigrante
lituana judía, joven objeto del deseo y escritor siempre al borde de una
consagración frustrada a la sombra de gigantes. De todas las inclinaciones, si
Norse practicó una con profusión y éxito, esta fue la del sexo. En busca del misterio de la identidad del
padre y del elixir de la inmortalidad que da la fama, se encontró con los de la
vida.
En la más tierna edad vive el
fanatismo de la conversión religiosa; una tía, a espaldas de la madre, lo lleva
a la iglesia y lo bautiza. No fue una conversión efectiva ni tampoco
traumática: “La dramaturgia de la iglesia nunca dejó de fascinarme. Era una
especie de teatro, no exactamente Shakespeare o Wagner, sino más bien como una
película de Cecil B. De Mille con un millón de figurantes. Lo mismo sentía en
cuanto a Excalibur y Camelot, se me ponía la piel de gallina. Crecí queriendo
encontrar el Santo Grial pero, más que nada, a los jóvenes caballeros de la
tabla redonda”.
Como muchos de aquellos que se
burlan de las religiones observamos en el escepticismo de Norse una propensión
a la superstición cuando no definitivamente a la superchería que se repite en
sus memorias. En 1937 “me sentaba en la Biblioteca Pública de Nueva York
leyendo obras extrañas, como las Profecías de Nostradamus, en las que se
predecía el nombre de Hitler (en forma de anagrama) y la Segunda Guerra
Mundial”. Poco antes ya había dado muestras de su talento para la poesía en la
educación secundaria, lo que le anima a visitar la redacción de una publicación
universitaria: el Brooklyn College Observer. David Blake, un cultivado
miembro de la elite económica y social local que trabajaba por vocación como
profesor de inglés y era consejero del periódico universitario, se convierte en
el mentor intelectual y amante de Harold. Convencido comunista “marchó a luchar
con los leales en la Guerra Civil Española, al contrario que muchos otros menos
afortunados, sobrevivió sin un rasguño. Cuando regresó en 1937 reanudamos
nuestra relación”. Ese mismo verano, un joven de dieciséis años se presenta en
la redacción del Observer, se llama Chester Kallman. Los dos muchachos
comparten una pasión: la poesía. En el año nuevo de 1939 son amantes. Pero
Kallman no tarda en convertirse en una arpía egoísta, cruel y desdeñosa:
“Descubrí que tenía que compartirlo con los militares, a quienes besaba el culo
como un esclavo. Había anotado al menos tres mil conquistas en su cinturón, que
con tanta facilidad desabrochaba. Éramos inseparables, pero tengo que
reconocerlo: era la Reina de las Putas”. El seis de abril de 1939, Harold y
Chester se dirigen al primer recital de Auden e Isherwood en los Estados
Unidos. “Sentémonos en la primera fila y hagámosles señas” sugiere Chester.
Tras el recital los dos jóvenes se abalanzan sobre los poetas. Auden se muestra
reacio, pero Isherwood entrega una tarjeta con su número de teléfono a Harold.
De camino a casa, Chester le pide prestada la tarjeta con el pretexto de
enseñársela a su padre y, quedándosela, se presenta solo, dos días más tarde,
en casa de los poetas. Auden parece entusiasmarse por los atributos ocultos del
chico y cuando este regresa a casa, grita triunfante: “¡Harold, Auden me ama!”.
Como resultado, Isherwood se marcha a California y Chester pasa a ser el amante
oficial de Auden. El triangulo Harold, Chester y Auden presenta caras
poliédricas. Mientras Chester se sirve de la relación con Auden económica y
literariamente, Harold se ve como doble perdedor: pierde al amante y también la
atención crítica del maestro. En 1939, Klaus Mann edita una nueva revista Decision
y por mediación de Auden se van a publicar sendos poemas de Norse y Kallman.
Norse visita a Klaus en su oficina para darse a conocer y este comienza a
hacerle la escena del sofá, Harold rehusa de manera cortés y se va. En la
revista aparecerá sólo el poema de Kallman.
Pese al desamor, Norse tiene palabras de elogio para ambos Auden y Kallman
al sacarle de apuros, especialmente por la generosa ayuda financiera del
primero: “En 1939 treinta dólares era un montón de dinero. No tenía manera de
saber que Auden, con un estilo de vida mucho más elevado, andaba escaso de
fondos. De hecho, pasaron muchos años antes de saber que tenía que hacer
reseñas, dar clases y conferencias para llegar a fin de mes”. Norse trabaja un
tiempo como secretario para Auden mecanografiando sus poemas aunque no tardan
en surgir las fricciones y los caminos se distancian. Para aliviar quizás la
conciencia, Auden le escribe mostrándose comprensivo con el sentimiento de
pérdida y, con retórica de obispo anglicano –nos indica Norse–, le invita a
aceptar el dolor como un don de la vida que le servirá como aliciente en el trabajo
y guía en el camino a la santidad. La homilía bien se la podía haber reservado
Auden para sí mismo pues no tarda en descubrir la naturaleza infiel de Kallman
y en un arrebato de celos trata de estrangularlo mientras duerme. En una carta
posterior confiesa: “Si el diablo se ofreciera a devolvérmelo a condición de
que no volviese a escribir una línea más, aceptaría sin dudarlo”. Acaso no sea
en los campos del paraíso sino en los de la desdicha donde eche raíces la
creación. Norse conjetura: “En los siguientes treinta y dos años de su vida
Auden creó un cuerpo de trabajo asombroso, una de las grandes obras de nuestra
época. Quizás se lo debamos todo a la crueldad de Chester”.
Tras Pearl Harbor, los EEUU
entran en contienda. A Norse le salva el examen psicotécnico: tener fantasías
sexuales con varones le invalida para el ejército. Así que se dedica a lo que
mejor se le da: hacer realidad sus fantasías. Una madrugada de invierno de 1943
deambulando por Greenwich Village con Harry Herschkowitz, un protegido de Henry
Miller, se encuentran con un vagabundo: un joven negro, pobre y homosexual de
diecinueve años y ojos saltones llamado Jimmy que se convierte en una de sus
amistades de por vida. Un noche este le pasa un mamotreto mecanografiado para
que lo lea “era la primera vez en mi vida que veía el tema de la homosexualidad
en una novela contemporánea. Cada escena y personaje, cada frase y parágrafo,
fortalecidos con cadencias bíblicas y espirituales resonaban con autenticidad”.
Los trámites para la publicación se vuelven arduos y espinosos, los editores
exigen purgar el libro, a lo que el joven tiene que avenirse. En 1953 Go
Tell It on the Mountain / Ve y dilo en la montaña ve la luz y Jimmy se
convierte en James Badwin.
Norse narra sin medias tintas: no
tiene reparos en contar cómo fue violado por marineros ingleses, cómo abusa de
él un yogui estrafalario o de qué manera un intento de violación por su parte
termina en farsa. Y la lista de vejaciones y humillaciones que sufre no se
queda corta.
Los encuentros fortuitos le
confrontan con mitos del pasado y nos muestran las zonas más oscuras de los del
futuro. En una ocasión un desconocido le comenta su parecido asombroso con Hart
Crane. ¿Cómo lo sabe? Le inquiere escéptico Harold. El hombre se llama Samuel
Loveman y había sido su amante. No se libra Norse del canto de sirena de la
normalidad; conoce a una chica llamada Bonnie y un día “como un renacido
cristiano, me hice heterosexual. Como un adicto reinsertado, perdí interés en
mi modo de vida previo (por un tiempo) y contemplé a los muchachos sin
lujuria”. En agosto de 1944, conoce a un escritor joven que le ofrece compartir
el catre inferior de su litera en una cabaña, se llama Tennessee Williams y
está revisando su versión final de The Glass Menagerie /El zoo de cristal.
Una noche, regresando achispados en bicicleta después de cenar en una
marisquería, se topan por el camino con un joven que les mira de soslayo.
“Mantente lejos de él –le advierte Tennessee. –No trae nada bueno”. Pero Norse
no le hace caso y sale tras el chico. Refocilando en la oscura vereda, Norse
pierde el conocimiento. Cuando regresa a la cabaña, Tennessee le recibe
espantado: viene con la cabeza abierta, bañado en sangre.
Al dramaturgo no tarda en
llegarle el éxito y sus encuentros comienzan a espaciarse. Norse observa un
cambio en el otrora carácter tímido y reservado del amigo “se volvió chillón,
arrogante, agresivo; en los estrenos de otros escritores en Broadway absorbía
ruidosamente coca-colas con una paja (sus amigos empezaron a llamarle
chupacolas)”.
Una noche de invierno de 1944
Norse se dirige en metro a casa, el tren vacío, son las tres de la mañana, un
joven sentado frente a él lee y declama. Picado por la curiosidad Norse quiere
saber que está leyendo. En el silencio de una parada, Norse aguza el oído y
descifra lo que está recitando en francés: -¡Rimbaud, El barco ebrio!
–exclama. Allen Ginsberg, un joven de dieciocho años, “había venido a Village
para ligar a un muchacho por primera vez en su vida y se tropezó conmigo”. ¿De
qué hablan los poetas esa madrugada? “Obsesionado con el visionario misticismo
homosexual de Hart Crane y el encantador estilo embriagado de Dylan Thomas, le
hablé de ellos y de Whitman, las obsesiones de mi juventud, como maestros del
flujo intuitivo y espontáneo del lenguaje. Seguí hablando del aliento
dionisiaco, puesto de manifiesto en Canto a mí mismo y El puente
por dos mariconazos que escribieron los dos poemas largos más importantes jamás
escritos por americanos. La tierra baldía (no sabíamos que Eliot lo
había escrito para un joven francés ahogado del que estaba enamorado), como Los
Cantos de Pound, era demasiado hermético”. Quizás se exceda Norse en su
tendencia a descubrir detrás de cada genio y cada obra una inspiración
homosexual. Una cosa es especular con la posibilidad de que el poema se haya
originado en memoria del francés Jean Verdenal, muerto en Gallipoli; incluso
que Elliot fechara su muerte en el mes más cruel, o en su imaginario ligase a
Verdenal con las lilas que florecen en abril, y otra suponerlo una declaración
de amor. Volviendo al otro poeta hermético que menciona Norse, Pound reaparece
casi siempre con connotaciones negativas, Norse está a punto de llegar a las
manos varias veces cuando se discute el genio del poeta fascista. El juicio de
William Carlos Williams, que se convierte en el consejero, confidente y mentor
de Norse, apunta en el mismo sentido: “Mi diagnóstico final de ese hombre es
que tiene un espacio en blanco en su cerebro que ha explotado toda su vida como
profundidad”. Por otra parte, en el boulevard de las letras rotas poco cambia;
cuando se organiza una serie de lecturas a cargo de poetas desconocidos
avalados por poetas consagrados, Auden lleva a su amante Kallmann, pero se
olvida de Norse, que acude sin embargo a propuesta de Williams. Con todo,
tenemos que tomar las confesiones de Norse con cautela, al fin y al cabo,
hablar de uno mismo y pecar de parcialidad es todo uno. En las décadas de los
treinta y cuarenta la corriente poética oficial estaba en manos de John Malcolm
Brinnin, que presidía los premios de la YMHA (Asociación de Jóvenes Hebreos).
En 1952 Norse, que se presenta al concurso, acapara el favor del jurado. Cuando
Brinnin abre la plica y descubre el nombre del ganador, hace que le concedan el
premio a otro escritor novicio menos desconocido: John Ashley. La anécdota no
tiene desperdicio porque Norse se vale de la narración de su encuentro con
Dylan Thomas para vengarse por boca del galés, que no vivía para enmendarle la
plana cuando se publican las presentes memorias. Norse, a petición de un amigo
común, el poeta escocés Ruthven Todd, acude a recibir a Dylan, recién llegado a
los EEUU. Dylan se aburre sentado en
compañía de Brinnin, quien monta en cólera al ver aparecer al intruso. Dylan le
pide que se siente con ellos e inclinándose le susurra: “¿Cómo diablos nos
podemos librar de este bastardo?”.
Norse reparte por igual palos y parabienes, en cuanto a Dylan dice: “Su
voz y acento eran los más hermosos que jamás haya escuchado. Podría haber leído
la guía de teléfonos y hacerla sonar como Shakespeare”.
Larga es la lista de poetas,
escritores, artistas y bohemios que asoma en estas páginas: e e cummings, Anaïs
Nin, Robert de Niro, Moravia, Passolini, Polanski; en París forma parte de la
camarilla americana beat que revoluciona la narrativa con la técnica del
cut-up o collage refugiándose en una pensión entre el quai des
Grands Agustins y la rue St. André des Arts, el propio Norse recrea aquel
tiempo en Beat Hotel con prólogo de Burroughs. En Tánger visita a John y
Jane Bowles, en Mallorca conoce y maldice a Robert Graves, en Grecia, le dedica
un libro de poemas a un joven admirador canadiense llamado Leonard Cohen. En la
edad tardía redescubre la física del cuerpo y se incorpora a un gimnasio
culturista, un joven austriaco se lamenta de la falta de interés de los
compañeros de vestuario por la cultura y la música clásicas. Con el tiempo se
convierte en un actor famoso y más tarde en gobernador de California. Extrañas
y desparejas son las compañías de Norse, al fin ve publicados sus poemas... ¡en
un volumen conjunto con Charles Bukowski!
Las memorias de Harold Norse, que
aún esperan ser traducidas, nos devuelven al corazón del siglo xx, con sus
obras y sus obradores, mostrándonoslo desnudo de cintura para abajo.
Interesante autor. Hace unas semanas intenté la traducción de un poema suyo aquí: https://angelrey.wordpress.com/2015/11/16/i-have-seen-the-light-and-it-is-my-mind-harold-norse/
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