lunes, 7 de enero de 2013

HAROLD NORSE


MEMOIRS OF A BASTARD ANGEL  DE HAROLD NORSE (1916-2009)

Harold Norse nació y creció en Brooklyn descubriendo las múltiples capas de una identidad incómoda: hijo bastardo de una inmigrante lituana judía, joven objeto del deseo y escritor siempre al borde de una consagración frustrada a la sombra de gigantes. De todas las inclinaciones, si Norse practicó una con profusión y éxito, esta fue la del sexo.  En busca del misterio de la identidad del padre y del elixir de la inmortalidad que da la fama, se encontró con los de la vida.
En la más tierna edad vive el fanatismo de la conversión religiosa; una tía, a espaldas de la madre, lo lleva a la iglesia y lo bautiza. No fue una conversión efectiva ni tampoco traumática: “La dramaturgia de la iglesia nunca dejó de fascinarme. Era una especie de teatro, no exactamente Shakespeare o Wagner, sino más bien como una película de Cecil B. De Mille con un millón de figurantes. Lo mismo sentía en cuanto a Excalibur y Camelot, se me ponía la piel de gallina. Crecí queriendo encontrar el Santo Grial pero, más que nada, a los jóvenes caballeros de la tabla redonda”.
Como muchos de aquellos que se burlan de las religiones observamos en el escepticismo de Norse una propensión a la superstición cuando no definitivamente a la superchería que se repite en sus memorias. En 1937 “me sentaba en la Biblioteca Pública de Nueva York leyendo obras extrañas, como las Profecías de Nostradamus, en las que se predecía el nombre de Hitler (en forma de anagrama) y la Segunda Guerra Mundial”. Poco antes ya había dado muestras de su talento para la poesía en la educación secundaria, lo que le anima a visitar la redacción de una publicación universitaria: el Brooklyn College Observer. David Blake, un cultivado miembro de la elite económica y social local que trabajaba por vocación como profesor de inglés y era consejero del periódico universitario, se convierte en el mentor intelectual y amante de Harold. Convencido comunista “marchó a luchar con los leales en la Guerra Civil Española, al contrario que muchos otros menos afortunados, sobrevivió sin un rasguño. Cuando regresó en 1937 reanudamos nuestra relación”. Ese mismo verano, un joven de dieciséis años se presenta en la redacción del Observer, se llama Chester Kallman. Los dos muchachos comparten una pasión: la poesía. En el año nuevo de 1939 son amantes. Pero Kallman no tarda en convertirse en una arpía egoísta, cruel y desdeñosa: “Descubrí que tenía que compartirlo con los militares, a quienes besaba el culo como un esclavo. Había anotado al menos tres mil conquistas en su cinturón, que con tanta facilidad desabrochaba. Éramos inseparables, pero tengo que reconocerlo: era la Reina de las Putas”. El seis de abril de 1939, Harold y Chester se dirigen al primer recital de Auden e Isherwood en los Estados Unidos. “Sentémonos en la primera fila y hagámosles señas” sugiere Chester. Tras el recital los dos jóvenes se abalanzan sobre los poetas. Auden se muestra reacio, pero Isherwood entrega una tarjeta con su número de teléfono a Harold. De camino a casa, Chester le pide prestada la tarjeta con el pretexto de enseñársela a su padre y, quedándosela, se presenta solo, dos días más tarde, en casa de los poetas. Auden parece entusiasmarse por los atributos ocultos del chico y cuando este regresa a casa, grita triunfante: “¡Harold, Auden me ama!”. Como resultado, Isherwood se marcha a California y Chester pasa a ser el amante oficial de Auden. El triangulo Harold, Chester y Auden presenta caras poliédricas. Mientras Chester se sirve de la relación con Auden económica y literariamente, Harold se ve como doble perdedor: pierde al amante y también la atención crítica del maestro. En 1939, Klaus Mann edita una nueva revista Decision y por mediación de Auden se van a publicar sendos poemas de Norse y Kallman. Norse visita a Klaus en su oficina para darse a conocer y este comienza a hacerle la escena del sofá, Harold rehusa de manera cortés y se va. En la revista aparecerá sólo el poema de Kallman.  Pese al desamor, Norse tiene palabras de elogio para ambos Auden y Kallman al sacarle de apuros, especialmente por la generosa ayuda financiera del primero: “En 1939 treinta dólares era un montón de dinero. No tenía manera de saber que Auden, con un estilo de vida mucho más elevado, andaba escaso de fondos. De hecho, pasaron muchos años antes de saber que tenía que hacer reseñas, dar clases y conferencias para llegar a fin de mes”. Norse trabaja un tiempo como secretario para Auden mecanografiando sus poemas aunque no tardan en surgir las fricciones y los caminos se distancian. Para aliviar quizás la conciencia, Auden le escribe mostrándose comprensivo con el sentimiento de pérdida y, con retórica de obispo anglicano –nos indica Norse–, le invita a aceptar el dolor como un don de la vida que le servirá como aliciente en el trabajo y guía en el camino a la santidad. La homilía bien se la podía haber reservado Auden para sí mismo pues no tarda en descubrir la naturaleza infiel de Kallman y en un arrebato de celos trata de estrangularlo mientras duerme. En una carta posterior confiesa: “Si el diablo se ofreciera a devolvérmelo a condición de que no volviese a escribir una línea más, aceptaría sin dudarlo”. Acaso no sea en los campos del paraíso sino en los de la desdicha donde eche raíces la creación. Norse conjetura: “En los siguientes treinta y dos años de su vida Auden creó un cuerpo de trabajo asombroso, una de las grandes obras de nuestra época. Quizás se lo debamos todo a la crueldad de Chester”.
Tras Pearl Harbor, los EEUU entran en contienda. A Norse le salva el examen psicotécnico: tener fantasías sexuales con varones le invalida para el ejército. Así que se dedica a lo que mejor se le da: hacer realidad sus fantasías. Una madrugada de invierno de 1943 deambulando por Greenwich Village con Harry Herschkowitz, un protegido de Henry Miller, se encuentran con un vagabundo: un joven negro, pobre y homosexual de diecinueve años y ojos saltones llamado Jimmy que se convierte en una de sus amistades de por vida. Un noche este le pasa un mamotreto mecanografiado para que lo lea “era la primera vez en mi vida que veía el tema de la homosexualidad en una novela contemporánea. Cada escena y personaje, cada frase y parágrafo, fortalecidos con cadencias bíblicas y espirituales resonaban con autenticidad”. Los trámites para la publicación se vuelven arduos y espinosos, los editores exigen purgar el libro, a lo que el joven tiene que avenirse. En 1953 Go Tell It on the Mountain / Ve y dilo en la montaña ve la luz y Jimmy se convierte en James Badwin.
Norse narra sin medias tintas: no tiene reparos en contar cómo fue violado por marineros ingleses, cómo abusa de él un yogui estrafalario o de qué manera un intento de violación por su parte termina en farsa. Y la lista de vejaciones y humillaciones que sufre no se queda corta.
Los encuentros fortuitos le confrontan con mitos del pasado y nos muestran las zonas más oscuras de los del futuro. En una ocasión un desconocido le comenta su parecido asombroso con Hart Crane. ¿Cómo lo sabe? Le inquiere escéptico Harold. El hombre se llama Samuel Loveman y había sido su amante. No se libra Norse del canto de sirena de la normalidad; conoce a una chica llamada Bonnie y un día “como un renacido cristiano, me hice heterosexual. Como un adicto reinsertado, perdí interés en mi modo de vida previo (por un tiempo) y contemplé a los muchachos sin lujuria”. En agosto de 1944, conoce a un escritor joven que le ofrece compartir el catre inferior de su litera en una cabaña, se llama Tennessee Williams y está revisando su versión final de The Glass Menagerie /El zoo de cristal. Una noche, regresando achispados en bicicleta después de cenar en una marisquería, se topan por el camino con un joven que les mira de soslayo. “Mantente lejos de él –le advierte Tennessee. –No trae nada bueno”. Pero Norse no le hace caso y sale tras el chico. Refocilando en la oscura vereda, Norse pierde el conocimiento. Cuando regresa a la cabaña, Tennessee le recibe espantado: viene con la cabeza abierta, bañado en sangre.
Al dramaturgo no tarda en llegarle el éxito y sus encuentros comienzan a espaciarse. Norse observa un cambio en el otrora carácter tímido y reservado del amigo “se volvió chillón, arrogante, agresivo; en los estrenos de otros escritores en Broadway absorbía ruidosamente coca-colas con una paja (sus amigos empezaron a llamarle chupacolas)”. 
Una noche de invierno de 1944 Norse se dirige en metro a casa, el tren vacío, son las tres de la mañana, un joven sentado frente a él lee y declama. Picado por la curiosidad Norse quiere saber que está leyendo. En el silencio de una parada, Norse aguza el oído y descifra lo que está recitando en francés: -¡Rimbaud, El barco ebrio! –exclama. Allen Ginsberg, un joven de dieciocho años, “había venido a Village para ligar a un muchacho por primera vez en su vida y se tropezó conmigo”. ¿De qué hablan los poetas esa madrugada? “Obsesionado con el visionario misticismo homosexual de Hart Crane y el encantador estilo embriagado de Dylan Thomas, le hablé de ellos y de Whitman, las obsesiones de mi juventud, como maestros del flujo intuitivo y espontáneo del lenguaje. Seguí hablando del aliento dionisiaco, puesto de manifiesto en Canto a mí mismo y El puente por dos mariconazos que escribieron los dos poemas largos más importantes jamás escritos por americanos. La tierra baldía (no sabíamos que Eliot lo había escrito para un joven francés ahogado del que estaba enamorado), como Los Cantos de Pound, era demasiado hermético”. Quizás se exceda Norse en su tendencia a descubrir detrás de cada genio y cada obra una inspiración homosexual. Una cosa es especular con la posibilidad de que el poema se haya originado en memoria del francés Jean Verdenal, muerto en Gallipoli; incluso que Elliot fechara su muerte en el mes más cruel, o en su imaginario ligase a Verdenal con las lilas que florecen en abril, y otra suponerlo una declaración de amor. Volviendo al otro poeta hermético que menciona Norse, Pound reaparece casi siempre con connotaciones negativas, Norse está a punto de llegar a las manos varias veces cuando se discute el genio del poeta fascista. El juicio de William Carlos Williams, que se convierte en el consejero, confidente y mentor de Norse, apunta en el mismo sentido: “Mi diagnóstico final de ese hombre es que tiene un espacio en blanco en su cerebro que ha explotado toda su vida como profundidad”. Por otra parte, en el boulevard de las letras rotas poco cambia; cuando se organiza una serie de lecturas a cargo de poetas desconocidos avalados por poetas consagrados, Auden lleva a su amante Kallmann, pero se olvida de Norse, que acude sin embargo a propuesta de Williams. Con todo, tenemos que tomar las confesiones de Norse con cautela, al fin y al cabo, hablar de uno mismo y pecar de parcialidad es todo uno. En las décadas de los treinta y cuarenta la corriente poética oficial estaba en manos de John Malcolm Brinnin, que presidía los premios de la YMHA (Asociación de Jóvenes Hebreos). En 1952 Norse, que se presenta al concurso, acapara el favor del jurado. Cuando Brinnin abre la plica y descubre el nombre del ganador, hace que le concedan el premio a otro escritor novicio menos desconocido: John Ashley. La anécdota no tiene desperdicio porque Norse se vale de la narración de su encuentro con Dylan Thomas para vengarse por boca del galés, que no vivía para enmendarle la plana cuando se publican las presentes memorias. Norse, a petición de un amigo común, el poeta escocés Ruthven Todd, acude a recibir a Dylan, recién llegado a los EEUU.  Dylan se aburre sentado en compañía de Brinnin, quien monta en cólera al ver aparecer al intruso. Dylan le pide que se siente con ellos e inclinándose le susurra: “¿Cómo diablos nos podemos librar de este bastardo?”.  Norse reparte por igual palos y parabienes, en cuanto a Dylan dice: “Su voz y acento eran los más hermosos que jamás haya escuchado. Podría haber leído la guía de teléfonos y hacerla sonar como Shakespeare”.
Larga es la lista de poetas, escritores, artistas y bohemios que asoma en estas páginas: e e cummings, Anaïs Nin, Robert de Niro, Moravia, Passolini, Polanski; en París forma parte de la camarilla americana beat que revoluciona la narrativa con la técnica del cut-up o collage refugiándose en una pensión entre el quai des Grands Agustins y la rue St. André des Arts, el propio Norse recrea aquel tiempo en Beat Hotel con prólogo de Burroughs. En Tánger visita a John y Jane Bowles, en Mallorca conoce y maldice a Robert Graves, en Grecia, le dedica un libro de poemas a un joven admirador canadiense llamado Leonard Cohen. En la edad tardía redescubre la física del cuerpo y se incorpora a un gimnasio culturista, un joven austriaco se lamenta de la falta de interés de los compañeros de vestuario por la cultura y la música clásicas. Con el tiempo se convierte en un actor famoso y más tarde en gobernador de California. Extrañas y desparejas son las compañías de Norse, al fin ve publicados sus poemas... ¡en un volumen conjunto con Charles Bukowski!
Las memorias de Harold Norse, que aún esperan ser traducidas, nos devuelven al corazón del siglo xx, con sus obras y sus obradores, mostrándonoslo desnudo de cintura para abajo.


1 comentario:

  1. Interesante autor. Hace unas semanas intenté la traducción de un poema suyo aquí: https://angelrey.wordpress.com/2015/11/16/i-have-seen-the-light-and-it-is-my-mind-harold-norse/

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